Grant
es maestro en una escuela perdida del desierto australiano. Al llegar
las vacaciones piensa ir a Sidney. Pero antes debe hacer noche en
Bundanyabba. Yabba para los locales. Y Yabba es juego, alcohol,
lujuria, violencia. Un lugar asqueroso del que tal vez Grant no
quiera salir.
Sudorosa,
sórdida, terrosa, grosera. Al acabar la película tienes resaca por
la cantidad de cerveza que se ha consumido y tu primer impulso es
ducharte para limpiarte la suciedad. También lavarte los dientes
porque tienes tierra cementando los intersticios.
Es
la Australia basta, ruda, soez. A medida que avanza la trama sientes
realmente que te adentras en un estado de progresiva ebriedad, de
locura sin sentido. Grant abandona la racionalidad progresivamente.
La
matanza de canguros. Esas dos peleas con los marsupiales, a
puñetazos, tienen una enorme carga simbólica. Son, por decirlo así,
el abandono de cualquier rastro de humanidad que pudiera quedar.
Grant, primero, lo presencia. Sabe lo que pasa ahí. Y lo desea y le
aterroriza a partes iguales. Así que, sin esperanza, se enfrenta a
su propio canguro. Eso es el infierno. Y de ahí no se sale.
Antes
de dirigir Acorralado (Rambo),
Ted Kotcheff ya se había hecho notar con películas como
ésta. Era un director con una enorme fuerza visual y una
planificación inusual. Wake in Fright es una de sus
películas más arriesgadas. Es del año 1971 y estaba en sintonía
con ese cine canalla que buscaba ser rupturista con las convenciones
anteriores.
Y
sí: tan desagradable como hipnótica.
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