Muchos
dicen que La diligencia está llena de clichés. La
realidad es que ella los inventa. Se puede decir algo similar de El
halcón maltés (1941) y el cine negro. Es una de las
pioneras del género y es tan influyente que resulta difícil
escaparse de su estructura.
Dashiell
Hammett, el escritor, ya tenía buena parte de culpa. Su
detective Sam Spade es el detective privado por antonomasia. Cuando
lo coge John Huston lo respeta en su esencia. Eso sí: deja de
ser un rubio de aspecto satánico para tener el rostro de Humphrey
Bogart. Un acierto, en mi opinión.
Hay
que citar también a Mary Astor y Peter Lorre (otra
vez) en el lado oscuro de la trama. Sus respectivos Brigid
O’Saughnessy y Joel Cairo son tan inolvidables como el propio
Spade.
John
Huston no era expresionista. Pero lo parece. Digamos que en esta
película ejecuta su propia reformulación de la atmósfera agobiante
y claustrofóbica. De sombras y habitaciones cerradas. Creo que lo
que más me llama la atención es lo mucho que usa la cámara en un
ligero contrapicado, enfocando a los personajes un poquito por debajo
de su rostro, incluso cuando están sentados o inclinados. Esa
sensación de estar casi siempre por debajo de ellos resulta incómoda y
eficaz.
El
halcón maltés, de oro y piedras preciosas, que perteneció a Carlos I, es un símbolo en cierto modo muy obvio, pero el
final, descubrir la verdad sobre la estatua, esa carga irónica, ese
toque de futilidad añadida es una maravilla.
Otra
de esas pelis que, cada vez que la ves, es todo un gustazo.
-...y
esta estatuilla negra por la que se montó este alboroto.
Aunque, oye, es pesada.
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