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generaciones de la
familia Sepúlveda,
mexicoamericana,
se
reúnen para cenar. Son momentos de tensión pues bisabuela y abuela
disputan por el negocio, el hijo gay está a punto de arruinar a la
familia, la hija trata de mantener todo en equilibrio y van llegado
cuñados, primos y otros parientes.
Cambio
o tradición. Sopa o tamales. En casa o en el restaurante.
La
comida como símbolo de los conflictos, como expresión de aquello
que falla en las relaciones familiares.
Este
pequeño drama familiar es ciertamente pequeño, tanto en tema como
en puesta en escena. En cierto modo eso juega a su favor. No hay una
ambición por construir algo grandioso, por descubrirnos dramas nunca
vistos. Es, simplemente, la historia de una familia entre muchas, una
familia más: dificultades económicas, personales, familiares…
Son
los problemas a los que se enfrenta de modo cotidiano cualquier
familia. Algunas cosas se arreglan y otras no. Como siempre, al final,
lo importante, es mantenerse unidos. Por mucho que se griten.
Es
evidente que no hay muchos medios. De nuevo se puede ver como un
defecto y echar de menos un poco más de viveza y variedad en la
planificación o bien se puede alabar lo mucho que han hecho con tan
poco.
Me
ha gustado. No es gran cosa pero de algún modo logra que pasemos a
formar parte de esa familia. No hay idealismo ni desesperanza, hay
una asunción de la realidad, de la debilidad humana, de las
decisiones que tomamos.
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