-Afortunadamente
soy inmune a los halagos. Pero debemos estar agradecidos cuando la
prensa dice la verdad.
No
puedo decir que me gustara el primer capítulo. Desde luego no era
repudiable como esa degeneración de Watson,
pero me pareció un episodio mayormente inane que desperdiciaba a
David
Thewlis.
Me resultó lento, con demasiadas vueltas y perezoso a la hora de
plantear la historia.
Una
joven americana llega al 221B de Baker Street diciendo que es la hija
de Sherlock Holmes. Justo en ese momento el célebre detective está
en el momento más angustioso de su carrera.
Si
bien el desarrollo de la historia es torpe por parte de los
responsables, no es un ataque a su esencia ni un despropósito como
otras series (insisto:
Watson).
En el capítulo 3, cuando Sherlock va a la cárcel para entrevistarse
con un detenido me dije: bien. Le costó llegar al núcleo pero ahí
propuso algo interesante.
Me
gustó lo del teléfono. La celeridad con que Sherlock lo usa para
hacer el “mal” pese a las objeciones éticas.
Tiene
un problema muy serio con los diálogos. Se extienden y se extienden
y se extienden. Lo explican todo como si realmente nos importara. Un
detallismo minucioso en la corroboración verbal de los planes. El
clásico error de contar en vez de mostrar. El capítulo 7,
particularmente, se me hizo pesadísimo.
Le
falta dinamismo y se hace cansina en ocasiones pero trata de
preservar el espíritu y tiene lo que tiene que tener, incluso a los
Irregulares. Y añade a la hija del título (Amelia Rojas), la
agencia Pinkerton, otro hijo de otro personaje famoso…
Creo
que la gran asignatura pendiente de las adaptaciones de Sherlock
Holmes
es Irene Adler. ¿Por qué nadie aprovecha a ese personaje? Reconozco
que es difícil elaborar algo con él.
Si
eres fan de Sherlock
Holmes
tendrás que verla. Si no lo eres, posiblemente te resultará un
tanto ardua.
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