Ramadi,
Irak, 2006. Un grupo de soldados americanos toma una casa civil para
observar los movimientos sospechosos de la casa de enfrente.
La
primera media hora se centra en esa toma de posiciones, la
observación, dónde se coloca cada soldado: radio, ordenador,
francotirador… La última hora es cómo se invierten las tornas, descubren que se han metido en una ratonera, el
cazador se convierte en presa y buscan el modo de evacuar.
El
principal problema que le veo es el mismo que le vi a Black
Hawk derribado o El último superviviente: es
la historia de un pelotón, no de personas; es la experiencia grupal,
el protocolo militar, no conocemos mucho el carácter de los protagonistas.
Eso
significa que no hay un drama emocional directo. Lo que sí hay son
heridas abiertas, mutilaciones, cuerpos humanos convertidos en
jirones de carne, sangre y gritos que se prolongan durante minutos y
minutos y convierten el visionado en una dura experiencia, intensa,
angustiosa. Por suerte puedes verla con cierta distancia debido a lo
mencionado anteriormente: no has llegado a implicarte.
Prefiero
al Alex Garland de la ciencia-ficción pero está claro que
aquí se ha plegado amablemente a las indicaciones de Ray Mendoza,
el co-director que participó en la operación militar filmada. El
verismo está por encima del alarde técnico. Pero al igual que hizo
con Civil War la experiencia sonora es importante. Esos
60 minutos de tiros, explosiones y caos impacta auditivamente con
contundencia.
Otra
película bélica que incide más en el absurdo de la guerra, la
locura del momento, el shock traumático.
Buena.
Aunque yo prefiera la historia personal, no es ese el objetivo de los
directores. Consiguen transmitir con mucha fuerza lo que quieren
aunque pueda parecer genérico y ya existan cosas similares.
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