19/6/25

Chinatown

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He estado a punto de perder la nariz a la que tengo cariño porque me gusta respirar con ella.
1937. Estados Unidos aún no ha salido por completo del agujero de la Depresión y la sequía asola San Francisco. Se están estudiando proyectos para construir pantanos. Una mujer contrata a un detective privado para ver si su marido la engaña. El marido es el Delegado del Agua.
Espero que lo que voy a decir se entienda. Es, en mi opinión, la mejor interpretación de Jack Nicholson porque aquí demostró que era un verdadero actor. Fue, tal vez, la última película (sí: 1974) en que no se encasilló en el histrionismo, la exageración, la locura, las muecas. Gittes era un detective sobrio, normalmente calmado, casi asustado por el mundo horrible que le tocaba ver.
La corrupción de gente poderosa investigada por un pequeño detective que no ganaba para sustos: palizas, vidas sórdidas, corrupción de políticos y empresarios, estafas de tierras, control del agua…
Chinatown. El barrio chino aparecía en los últimos 5 minutos. Pero era una expresión del estado mental de Gittes. La percepción de la realidad como algo incompresible, con otras reglas, con otra escala. La impotencia ante un fenómeno que se escapa a nuestros criterios habituales. Chinatown significa mala suerte. Chinatown había absorbido a todo el mundo.
Hay un detalle que me fascina. Faye Dunaway inclina, cansada, la cabeza sobre el volante y toca el claxon sin querer. Una terrible premonición.
Polanski contravenía las normas del género negro usando una paleta de colores crema y mostraba una soleada California. Nada de espacios cerrados, fotografía gris. La apariencia era la de un mundo luminoso, el artificio de la alegría.
Todo ello para dejarnos uno de los finales más desoladores del cine. No sólo no triunfaban el bien, la verdad y la belleza sino que eran corrompidos.

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