
La diferencia: para Roberto nada tiene sentido y por eso colecciona noticias absurdas e imposibles. Para el chino las cosas ocurren por algo.
El mundo de Roberto se pone patas arriba. Además aparece Mari que está colada por él. Y él tiene miedo de abrir su corazón.
Hasta las vacas que caen del cielo lo hacen por una buena razón. Y, así, el cuento chino se convierte en el cuento de la lechera.
La película es Darín. Darín en estado puro. Darín cómico y Darín dramático. Pero otro Darín. Quizá un día habría que dedicarle a una entrada a él en exclusiva. Inclasificable. Siempre el mismo y siempre distinto.
La tengo descargada, a ver cuando la hago hueco. Yo que soy inmune a los argentinos a Darín le tengo en alta estima.
ResponderEliminarPor cierto, este largo y cálido junio ha sido el momento en que me he puesto con la saga Harry Potter (películas, no libros, la vida es demasiado corta). Y... ¿en serio? sólo he visto las dos primeras pero lo encuentro más infantil que Pocoyó.
Yo me leí los libros y, por supuesto, las películas no se ven igual después.
ResponderEliminarA mí me pareció que cada libro se adaptaba muy bien a la edad a la que iba dirigido. Los últimos libros son algo más siniestro, más dramáticos e, incluso, con cierta carga de crítica política que me pareció muy ingeniosa.
Ahora bien, quizá en las pelis veo lo que no hay y, simplemente, pongo lo que falta.