La
directora, Chloé Zhao, se presentó en la casa del hombre que le enseñó a
montar a caballo. Y decidió hacer esta película que es en parte documental y,
en parte, ficción.
El
retrato de las gentes de eso que llaman la América profunda es bien distinto al
habitual que vemos. La película destaca, sobre todo, por la enorme calidad
humana de los personajes que muestra. Gente que vive en un espacio inhóspito,
muy olvidados del gobierno pero que, en vez de lamentarse, valora lo poco que
tienen. Porque ese poco que tienen no es lo que les define. No las cosas, sino
ellos mismos, sus familias, la gente de su entorno.
Es
una película enormemente humana, lírica, poética. Y dramática, dura. Porque es
la vida. Gente que conoce el sentido de la vida, del dolor, de las
contradicciones. Gente que derrocha amor, gratuidad. Todo mostrado con una
sencillez y una economía de medios muy acordes con el tono espartano de lo que
muestra. Las grandes praderas, las labores cotidianas del campo…
Es
un western contemporáneo y atemporal,
esencial y emocional. Podríamos decir que es neorrealista y, sin duda,
preferiblemente para cinéfilos. Pero el hecho de que sea una peli lenta,
calmada, no significa que sea aburrida o que su ritmo no sea el adecuado.
Hay
tanta autenticidad ahí detrás que mascas el polvo.
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