Es
una serie bastante intensa, cargada de pesadumbre. Un pueblo repleto de gente
desagradable. Ni siquiera la prota logra caer bien del todo. Sólo hay tres
personajes majetes y ninguno de ellos es de allí.
Amy Adams se esmera. Mucho. No
debe ser fácil construir un personaje así. Patricia Clarkson… En fin, su
personaje sí que se las trae. Y a ella parece que le sale fácil encarnar un
carácter tan extremadamente desagradable. Atención también a la joven Amma (Eliza
Scanlen) y la facilidad con que cambia de registro.
Esa
cena en la que Amma lleva una corona de flores y se compara con Perséfone tiene
mucha más miga de lo que parece. Es una pieza clave dentro de esa atmósfera,
tan perturbadora e insana, que fabrica Jean-Marc Vallée.
Ciertamente
es una historia sobre el mal, un mal casi genético que se transmite de padres a
hijos. Siembra el mal y recogerás el mal. Camille logró escapar parcialmente a
esa maldición al salir de Wind Gap. A eso y a que conoció a dos buenas
personas. Pero ahí están las autolesiones, cicatrices indelebles que prueban su
pasado.
Pero
claro. La serie cobra toda su fuerza espeluznante desde el último plano. Muchísimas
conversaciones de Amma adquieren un nuevo sentido.
Aquí,
el caso policiaco, es realmente el telón de fondo. Es el drama de esa familia y
ese pueblo lo que tiene toda nuestra atención. Y el hedor que despide consigue
engancharnos.
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