-El
paisaje australiano no es de mi agrado. Es ingobernable.
La
película tenía claro su fin. Un sueño lánguido, indolente, levemente sensual.
Envuelto en una atmósfera adecuada para mostrar la ausencia de sentido de una
pérdida.
La
serie no lo tiene tan claro. Hay muchos ritmos y envolturas, muchas narrativas
diversas: lo onírico, lo surrealista, lo dramático, incluso lo terrorífico. Y
no se entrelazan muy bien. Va saltando de un género a otro sin integración.
Otro
defecto es que personajes como el de Hester y el de Dora son estereotipos de
trazos gruesos, caricaturas. Y eso que Natalie Dormer hace un gran papel
con lo que le dan.
Sin
embargo hay muchas cosas buenas en la serie. El nivel de producción es
altísimo. Escenarios, mansiones, carruajes, ¡esos vestidos! Un potentísimo
despliegue para reconstruir la época, la Australia de 1900. Hay planos de una
enorme belleza pictórica, cuidadísimos. El travelling con que abre la serie,
siguiendo las espalda de Natalie Dormer ya anticipa el despliegue que se
va a realizar.
Interesan
las historias de los personajes, las vidas de profesoras y alumnas. Pero el
drama devora al misterio y, finalmente, Hanging Rock queda como una anécdota
colateral, una mera excusa que podría haber funcionado tanto como cualquier
otra.
A
mí me gusta mucho la palabra picnic. Por eso habría preferido que Picnic at Hanging Rock se hubiera
conservado en la traducción. Pero esto ya son manías mías.