Es
una película muy entretenida, muy espectacular. Pero aquejada por lo que
podríamos denominar el síndrome de La momia, la de 2017, la de Tom
Cruise. El síndrome consiste en presentarte la historia en escenarios
amplios y paisajes que se prestan a la acción para acabar encerrado en un único escenario.
La
primera hora me encantó. Lo tenía todo. Una peli de aventuras de verdad.
Dinosaurios, un volcán en erupción, persecuciones, ocurrencias imaginativas en
la acción y golpes de humor (Chris Pratt saliendo de la anestesia).
Luego,
en el caserón, se decanta más por la tensión. Pero ya no es lo mismo. Ni mucho
menos. Escenarios oscuros, de noche y plató permanente.
De
todos modos, como a veces me dicen, sólo yo me fijo en esas cosas. Al
espectador genérico no le preocupa la producción ni las incoherencias de
continuidad (hay una brutal) ni esos detallitos tontos. Si te engancha, te
engancha y eso es todo.
Bueno,
pues te engancha. Porque lo cierto es que cuando se acaba la locura en
escenarios exteriores ponen a una niña. Y eso siempre da mucho juego.
Y
agradecí la presencia de Jeff Goldblum nuestro matemático de la teoría
del caos explicando que, por favor, lo mejor es dejar morir a los dinosaurios.
Él es la razón, la niña el sentimiento. Seguro que muchos espectadores se decantan
por el sentimiento. Vivimos en una sociedad así. Yo voto por Goldblum.
No hay comentarios:
Publicar un comentario