-En
el fondo de mi corazón quería que alguien le matase.
Por
fin pude ponerle las manos encima a esta película. Llevaba meses deseando ver
lo último de Koreeda.
Presenciamos,
en la primera escena un asesinato. El asesino se declara culpable. Los abogados
intentarán que no le condenen a muerte. Ya tiene un pasado de 30 años de cárcel
por otro asesinato. Pero a medida que conocemos más cosas descubrimos las
razones ocultas.
Es
una película de una profundidad ética impresionante, sobre la interioridad de
las personas, sobre los juicios que hacemos sobre ellas, sobre la percepción
que tienen de sí mismas, sobre el modo de reaccionar a injusticias, sobre los
jueces al aplicar leyes que se basan en la generalidad. Y esa indagación, leve
al principio, se va volviendo dramática y cruda por el modo en que los actos de
unos afectan a otros. ¿Puede acaso la sociedad civil juzgar sobre la
profundidad de decisiones morales a las que previamente se mantuvo ciega?
Es
la historia de un hombre que prefiere ir a la cárcel antes que ser inmoral en
la vida civil. En la cárcel, al menos, no tiene que mentir. Como apunta Sakie:
-Aquí
no hay nadie que diga la verdad.
Y
así, de este modo, el asesino se revela como hombre íntegro y, al condenarle a
muerte, el sistema judicial se revela como el asesino.
Un
detalle que me encanta: la primera vez que vemos a Sakie. Sabemos que es coja
no porque la veamos sino porque oímos, en fuera de campo, cómo arrastra un pie sobre la tierra.
Interesantísima
como todas las del director. Nunca me defrauda.
-¿Quién
es el que decide a quién se juzga?
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