Blanco
(Ricardo Darín, jo, qué gran actor es este hombre) es el presidente de
Argentina viaja a Chile para una cumbre de presidentes latinoamericanos que se
celebra en un hotel aislado en una cordillera.
Es
una película muy esmerada, pulcra y sólida en su dirección. También muy densa
(sobre todo al principio) y bastante fría.
El
presidente brasileño como principal líder, el mexicano tratando de imponerse,
la chilena intentando mediar. Y Blanco procurando quitarse el sambenito de
invisible. Sólo les une el desprecio por los gringos. Es la farsa política, el
tinglado mediático. Ah, sí: hay una periodista española (Elena Anaya).
La
hija de Blanco sufre un percance.
Y
ese percance crece y devora la trama política. Ese asuntillo, colateral en
apariencia, se vuelve coprotagonista. De modo que hay tres opciones:
1.
Es un error de monumentales proporciones.
2.
Lo que cuenta es literal y el buen presidente argentino no es tan bueno como
aparentaba.
3.
Es una metáfora acerca del poder, de la situación de Sudamérica, de los
políticos en general. Pero entonces es demasiado rebuscada para un mensaje
sencillo.
Así
que, pese a su bonita planificación, resulta una película poco gratificante,
demasiado compleja para lo poco que tiene que contar.
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