-Déjeme
que le dé un consejo, señora. Si descubre que su marido le engaña, tómese la
justicia por su mano. Como en Taxi
Driver.
A
Carlos, durante una sesión de hipnotismo, se le mete el espíritu de un tal
Alberto, esquizofrénico.
Raruna,
la verdad. No sé muy bien qué pretende Pablo Berger. Me parece que un final abierto es correcto después de lo que ha
pasado ahí, pero ese final abierto dice muy poca cosa.
Le
falta cohesión, ritmo, una estructura apropiada. Tiene escenas magníficas, momentos
maravillosos, ideas refrescantes. Pero acabo con la sensación de haber visto
unos buenos gags, unas secuencias de videoarte. Unidas con ese guión no ganan.
Fabulosa
la estética, ese colorido tan intenso. Y me encanta que me recuerde tanto El resplandor. ¿Hay mucho de ella o
es sólo cosa mía? Genial la música, desde Así habló Zaratustra de Strauss y el Hallelujah de Händel hasta Tubullar Bells y El baile de los pajaritos. U
ocurrencias como ese guiño a Abramovic y Ulay.
La
visita a la casa en alquiler (qué gracioso Julián Villagrán), la escena
del mono en la pluma de construcción, las escaleras hacia el mundo blanco… Me
parto con José Mota comiéndose unas galletas de 1983. Bien Victoria
Abril en un papel complicado.
Y
con todas esas cosas buenas se queda en algo surrealista que no debía serlo o
en algo que, tal vez, debió serlo más.
Un
detalle sin explicar o un error: ¿por qué Alberto Cantero Martín no lleva de
segundo apellido el de su madre Encarnación Rojas?