El inspector Richard
Poole es la encarnación de la flema británica. Hasta las cachas. Y le asignan
una isla del Caribe administrada por la Gran Bretaña. A él, que odia el sol, la
arena, el bullicio. Él es estirado, anodino, cenizo; en el Caribe todo es un
cachondeo. Y hay bichos. Así que ahí va, con su traje oscuro mientras el resto
del mundo viste bermudas y camisas floreadas o, en el mejor de los casos,
alguna indumentaria caqui.
La serie me llamó la
atención por Ben Miller, un tío que me cayó genial desde que le vi en Primeval y que funciona
perfectamente como el paradigma de hombre seco y estirado, provocando el humor
por su choque con el entorno.
Pero Ben Miller
duró dos temporadas y luego fue sustituido por Kris Marshall. Y la cosa
ya no tuvo tanta gracia. Al menos para mí. En Gran Bretaña lleva ya seis
temporadas y, tras un parón, parece que lanzarán una nueva el año que viene. Lo
entiendo porque los crímenes son muy de ellos, muy de Agatha Christie pero ambientados
en un lugar en que hace calor, hay playas y la gente es agradable. En fin, lo
que les gustaría tener a los ingleses.
Convencional a tope
pero si quieres sumergirte en una isla caribeña está bien. Preferiblemente para
ver en invierno.
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