-Si algo sé de los
alemanes es que les encantan las auditorías bien hechas.
Es la temporada en que
ya se conocen todos: Saul, Mike, Gus, Héctor… Y también la señorita
Rodarte-Quayle, ya sabes, la de la stevia. Me encantan esas conversaciones
entre Saul y Mike. No necesitan decirse mucho, se calan el uno al otro
inmediatamente, entienden sus respectivos códigos de honor, confían de
inmediato… Me encanta esa compenetración tan automática.
El personaje de Kim.
Una chica buena, buena abogada, buena persona. Pero que comete un error
clásico: creer que puede cambiar al chico malo. Y así acompaña a nuestro
protagonista en sus locuras, inconsciente de que, más pronto o más tarde,
saldrá herida.
La trama de los
testamentos para la tercera edad dio mucho juego pero eso dejó desligado a Saul
del circuito de droga, apenas hubo contacto entre dos historias que transcurrieron
casi siempre en paralelo, sin puntos de unión.
Y Chuck, el hombre de
la enfermedad inexistente, la enfermedad psicológica, también ha recibido su
castigo. El último plano de esta temporada es bastante radical. Tampoco a
Héctor Salamanca le sonrieron los hados. Supongo que hemos presenciado por qué
se quedó parapléjico.
Bien, pero le sigue
faltando ese toque de fuerza de Breaking
Bad, esos comienzos y esos finales de capítulo, esa integración total
de los personajes.
-Es como hablar con
Gollum. Transparente y patético.
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