Ante este tipo de
películas caben dos posibilidades.
La primera de ellas es
decir la verdad simple y llana: es una estupidez, una majadería, una tontería
que puede tener cierta gracia en algún momento, pero que a la larga cansa. Y
mucho.
La segunda es buscar un
mensaje detrás. Tratar de hallar cuál es el fondo que se oculta tras la forma.
En este caso es
recomendable volver a la primera cuestión. Porque es la verdad: es una
estupidez, una majadería.
El mensaje es bobo,
elemental, obvio y se ha contado muchas veces, de muchas maneras mejores y por
gente mucho más inteligente que los directores de la presente. No es
obligatorio ser un genio, desde luego. Pero precisamente por eso, cuando uno no
lo es, debería mantener la cámara de cine bien guardada hasta que se le ocurra
el modo adecuado de hacer una película apropiada. Mejor estar callado y parecer
tonto que abrir la boca y confirmarlo.
El problema no son las
flatulencias. Es la acumulación de flatulencias. No son los chistes malos. Es
la repetición de los mismos chistes malos. Probablemente Daniel Radcliffe no
tenga nada mejor que hacer. Pero me da pena por Paul Dano, que sí es un
actor como la copa de un pino.
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