-Comparto todo con mi
hija. Especialmente los cheques.
Dos mujeres, Debbie
Reynolds y Carrie Fisher, madre e hija, a las que pareciera que un
impulso misterioso, algo tan profundo que ellas mismas ignoran, les impulsara a
ser felices y tener buen humor pese a lo mucho que sufrieron: relaciones rotas,
drogas, trastornos maníaco-depresivos… Y todo lo superaban.
-Tengo una crisis de
alegría.
Y vemos sus absurdas
decoraciones, sus surrealistas colecciones de pinturas y fotos, su presencia en
las Comic-Con, su intento de hacer un museo con objetos famosos (los escarpines
de Judy Garland en El mago de
Oz, el célebre vestido de Marilyn en La tentación vive arriba) que compraron en subastas…
El documental tiene un
grave problema. Los directores han confiado demasiado en la improvisación, en
la chispa y la química que madre e hija tenían juntas. En que son iconos por sí
mismas. Y no basta. Se nota un montaje apresurado, deshilvanado, para que
saliera adelante poco después de la muerte de ambas. Y, claro, no estaba pensado como homenaje póstumo sino como el día a día de dos estrellas famosas.
Tiene cosas muy
interesantes, algunas irrelevantes, algunas sugerentes, otras muy tontas. Puede
estar bien para cinéfilos empedernidos, pero debió ser bastante más.
Ellas eran mucho más.