Paolo Sorrentino me recuerda en muchas
cosas a Oscar Wilde. Ambos creyentes, de mentalidad cristiana, pero con
una idea incompatible con el cristianismo: es posible alcanzar la felicidad en
el hedonismo.
Esa contradicción está
muy presente en todos sus personajes. En el fondo es su tesis: la contradicción
humana. El espíritu y la carne. Lo sobrenatural y los afanes terrenos. Dios y
yo. Para Sorrentino la verdadera religión es la belleza. Es lo que hace
a este mundo soportable.
Lenny Belardo, el Papa
joven, es Jude Law pero es Sorrentino. La orfandad, las contradicciones,
la indecisión entre conservadurismo y liberalismo, fuma, le encanta el
protocolo y lo barroco de las actitudes… Incluso en detalles más pequeños. Sorrentino
contaba en una entrevista que recuerda de su madre cómo hacia malabares con
naranjas.
Soprende ver a Jude
Law de Papa, a Diane Keaton de monja (¡esa camiseta!), a Javier
Cámara de cardenal, a Cécile De France de portavoz…
Es una serie muy de su
estilo: extraña, barroca, histriónica, afectada, hipnótica, sensual. Extrema.
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