15/11/16

Mi panadería en Brooklyn

-Cuando citas a Neruda es como si Bill Gates cantase a Julio Iglesias.
Hay algo que siempre está presente en las películas de Gustavo Ron: el encanto. Todos sus personajes son majísimos, amables, encantadores, entrañables. Ese barrio de Brooklyn, con la panadería como centro, está poblado por la humanidad más simpática.
El problema es que todo es tan encantador que no hay ningún drama. El desahucio no es dramático. Ni siquiera la muerte es dramática. Y, aunque los personajes sean maravillosos, es imposible identificarse con personas ajenas al sufrimiento. Mi panadería en Brooklyn es el paraíso. Nada malo puede pasar allí, así que ¿para qué preocuparse?
Sí me gustan, frente a tanta blandenguería, todos esos homenajes. A las guerras de tartas del cine mudo, a Frank Capra y su Arsénico por compasión, a Hitckcock… Y me gusta su toque mágico con las pastillas del ruso. Sí. Hasta los camellos pastilleros son gente maja con Gustavo Ron.
Pero le ha quedado una película demasiado merengue. Merengue derretido por el calor.

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