-Cuando citas a Neruda
es como si Bill Gates cantase a Julio Iglesias.
Hay algo que siempre
está presente en las películas de Gustavo Ron: el encanto. Todos sus
personajes son majísimos, amables, encantadores, entrañables. Ese barrio de
Brooklyn, con la panadería como centro, está poblado por la humanidad más
simpática.
El problema es que todo
es tan encantador que no hay ningún drama. El desahucio no es dramático. Ni
siquiera la muerte es dramática. Y, aunque los personajes sean maravillosos, es
imposible identificarse con personas ajenas al sufrimiento. Mi panadería en
Brooklyn es el paraíso. Nada malo puede pasar allí, así que ¿para qué
preocuparse?
Sí me gustan, frente a
tanta blandenguería, todos esos homenajes. A las guerras de tartas del cine
mudo, a Frank Capra y su Arsénico
por compasión, a Hitckcock… Y me gusta su toque mágico con las
pastillas del ruso. Sí. Hasta los camellos pastilleros son gente maja con Gustavo
Ron.
Pero le ha quedado una
película demasiado merengue. Merengue derretido por el calor.
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