Florence Foster Jenkins es una ricachona
filántropa amante de la música que se considera a sí misma una gran soprano. Y
es una cantante horrible. Su marido la apoya en todo con tal de verla feliz.
Por ejemplo, en los conciertos, todo el público estaba pagado para que
aplaudiese.
Y Meryl Strep, una vez más, está
descomunal. Y qué bien la apoya Hugh Grant. Y al piano Simon Helberg
alucina con todo el montaje pero, en fin, le pagan muy bien. Vaya caretos que
pone.
Es una delicia ver cómo interpretan toda esa
afectación, ese esnobismo, ese despliegue
egoísta de vanagloria. Cómica, burlona y, a la vez, muy triste. El retrato
de esa patética mujer, su bondad, su ingenuidad, su estupidez.
Uno de esos personajes tan absurdos que sólo
puede basarse en la realidad. Su historia es tan conmovedora como majadera. Y
el mundo de la música tan elevado en sus aspiraciones como mezquino en su
práctica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario