Una chica que ve fantasmas no remite
necesariamente a El sexto sentido.
Como dicen en la peli: son una metáfora
del pasado. Pero sí remite, por su trama, a la Rebeca de Hitchcock, por su ambientación al Sleepy Hollow de Tim Burton y
por su inspiración a La caída de la
casa Usher de Allan Poe.
La imaginería de Guillermo del Toro
es potente. Cada plano es una pintura, un cuadro romántico-gótico-terrorífico.
Juntos o separados. Bailes, castillos escoceses, vestuario… Una puesta en escena
recargada y preciosista.
Luego están esos tres monstruos: Mia
Wasikowska, Tom Hiddleton y Jessica Chastain (ayer, en Marte, capitana de una nave
espacial) reconvertida hoy en una perra muy perra. Una perra demente y
descerebrada, puro veneno, maldad destilada.
Pero le falta algo. O, mejor, le sobra. Le
sobra metraje. Sobran esos 20 minutos que parece necesitar toda película de
Hollywood para resolver el clímax con el combate final que, todo sea dicho, es
bastante crudo. Le sobra eso y otros minutillos más en el castillo escocés. Media
hora menos y habría quedado muy redonda.
Y, bueno, el fantasma de la madre ya podría
haber usado otra pista y, en vez de decir eso de la cumbre escarlata, podía haber dicho: ojo con esos hermanos que son muy chungos.
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