Entré a ver esta película porque no había
muchas opciones. Y ante la ausencia de opciones me decanté por lo más exótico.
No llegan muchas películas húngaras a la cartelera. Así que me senté sin saber
a qué me enfrentaba.
Lectura fácil: una niña busca a su perro
mientras el chucho pasa por las manos de diversos dueños que le hacen todo tipo
de faenas.
Lectura tonta que he leído en demasiados
sitios: un alegato contra el maltrato animal. Reducir a una obviedad así una
película tan compleja es lamentable y un flaco favor.
Porque no hay una lectura fácil. Es una
película muy difícil de interpretar, muy simbólica, cargada de metáforas, muy
abierta. El universo mental de Kornél Mundruczó es bastante particular.
¿Un estado político opresor? ¿Un
totalitarismo que sustituye a otro totalitarismo? ¿El lado salvaje humano? ¿Su
contrario, el poder de la cultura? ¿La voluntad de poder de Nietzsche?
La pureza de sangre, los perros viendo la
tele, Tannhäuser de Wagner,
Hungarian Rapsody de Liszt…
Desconcertante. El último tercio de la
película, especialmente, cobra otro cariz con esas masas atacadas, esa ciudad
desierta, ese tono apocalíptico. Hasta derivar en un desenlace de sentido…
¿bíblico? y aterrizar en ese precioso y espeluznante plano final.
La peli más extraña que he visto este año y con un cierre
noqueante.
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