En cuanto Neill Blomkamp hizo District 9 se convirtió para mí en
toda una promesa.
El problema de las promesas es que Hollywood
también las ve. Y se las llevan para allá, cogen malos hábitos, se echan a
perder y luego les cuesta un montón redimirse.
Y, mira tú, en el fondo, de eso va Chappie. A lo mejor es que Blomkamp
nos está contando su propia historia y cómo está desperdiciando su talento en
manos de productores que sólo buscan dinero.
Blomkamp fue el tío que disparó
contra la ONU en District 9,
mostrándola con ese grado de incompetencia que sólo alcanzan los burócratas.
Tíos con recetas mágicas que aplican a todo. Alquimistas chapuceros. Luego Blomkamp
la pifió en ese final de Elysium
y vuelve a pifiarla de igual modo en Chappie.
Lo de las peleas finales de 20 minutos es cada vez
más estúpido, demencial, agotador e insultante. Y el robotito Chappie acaba por
parecer un imbécil. Una inteligencia inmensa que nunca acaba de madurar. Un
imbécil de remate.
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