-Pues ya tiene esa nariz. Y si no le gusta
le ponemos otra. Si hace falta llamamos al médico de Meg Ryan.
Debería llevarse todos los premios.
Cinematográficamente le da mil vueltas a Boyhood.
Esta película es una virguería en todos sus campos: guión, intérpretes, la
música de esa batería, las alusiones cinéfilas, la mezcla de realidad y ficción
y, sí, desde luego, sí, sí, que sea un aparente único plano. Todo.
Pero al mismo tiempo que percibo su
genialidad, no consigo conectar con Iñárritu. No me refiero a cosas como
que mienta al espectador promocionándola como una peli con superhéroe. No hay
un superhéroe. Es una peli sobre los entresijos de camerinos de un teatro y
vidas cruzadas, que tanto le gustan a él y que no conectan conmigo. Ni en esta
película ni en otras.
Es listo y miente de modo más sutil. Esa
lectura de guión, por ejemplo. Nos muestra tres actores buenos y uno que
sobreactúa. Elimina al que sobreactúa y parece que nos dice que nos quedamos
con los buenos, que no sobreactúan.
Pero a la hora u hora y cuarto, en esta
película y en otras, les obliga a sobreactuar porque no puede transmitir lo que
quiere sólo con palabras. No sabe escribir como Carver y cuando se aleja
de Carver todo se llena de tacos, improperios y gritos. Y se vuelve
barroca y excesiva, en palabras y en situaciones.
A mí ese recargamiento no me va. Es falso,
es otra mentira. La humanidad de los personajes se me escurre. Insisto en el
brillo de su genio y en que es una excelente película. Pero las vidas de esas
gentes no me llegan como sí lo hacen otros directores.
-La popularidad es la cuñada guarra del
prestigio.
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