Alice Ovitz. Tiene una farmacia, el tiempo
pasa y no se casa. Su obsesión, su guía vital, su gurú es Woody Allen.
En la farmacia prescribe películas. De Lubitsch, de Woody Allen...
Sobre todo de Woody Allen. Una crítica a Manhattan es un crimen. Un día conoce a Víctor. Él instala
alarmas y jamás ha visto una peli de Woody
Allen. Y también conoce a Vincent.
Ya sabíamos que los franceses idolatran a Woody
Allen y, por ello, esto tenía que ocurrir más pronto o más tarde. La peli
es algo más que un homenaje, es una ofrenda de dedicación de la directora, Sophie
Lellouche.
Y sí, los valores de la burguesía liberal
parisina (eso de lo que hablan siempre las pelis francesas) encajan con Woody
Allen. Pero Sophie Lellouche no es Woody Allen.
Ella se esmera: música, jazz, Cole Porter,
el atraco surrealista a la farmacia, el registro a la casa de la hermana, los
secretos familiares…
Pero la liberalidad burguesa dice que vivas
y dejes vivir. Y eso anula cualquier tensión dramática: nunca pasa nada.
Ese giro final, el momento en que Victor
abre la puerta del hotel, sí que sorprende. Mucho. Pero el brusco cambio de
Alice está muy forzado.
En fin. Para fans de Woody Allen. Es una de Woody
Allen pero menos, pasada por el tamiz francés.