El comienzo es de una crudeza sorprendente.
Más extraño aún por tratarse de una película de ideas, el cuestionamiento del
Estado de Derecho. Pero es un comienzo necesario para dejar claras las cosas,
el rigor de los hechos.
Un crimen evidente que queda en nada por un
error de procedimiento. Unos poderes públicos que se lavan las manos. La
impotencia de un hombre honrado que busca la justicia debida.
No me gustan las pelis de juicios porque
Hollywood nos ha acostumbrado a lo sentimental. Pero en esta ocasión me encanta
la precisión racional con que el protagonista, abogados, fiscales, desgranan
los argumentos.
La cuestión de fondo es que la ley no tiene
precedencia sobre todo lo demás, especialmente no tiene precedencia sobre la
justicia. Esa idea tan simple es lo que no entienden los Estados positivistas
en que vivimos. Sólo es necesario ponerse en los zapatos de Luc. ¿Por qué el
sistema judicial es intocable? Gracias a los errores de procedimiento, el Estado
se convierte en un socio de los criminales.
Hay muchísimas cuestiones a debatir en esta
gran película. Y sí: me alegra un montón que alguien se atreva a hacer frente
al Estado de Derecho.
Las interpretaciones son muy buenas, pero lo
mejor es que ese veredicto, ese título de la película, es una elipsis
magistral.
-¿Y si no quiero que todos ganen? ¿Si quiero
que todos pierdan?
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