Esa mampara de cristal con que arranca la
película es una metáfora perfecta. Un lugar donde una pareja puede mirarse con
aprecio pero que hace imposible la comunicación.
El pasado. El pasado es esa cosa peligrosa
con consecuencias de implicaciones no previstas. La película, en su inicio,
parece ser otra historia de divorcio como Nader y Simin, una separación, como si quisiese seguir
explorando el tema.
Ahmad regresa a París desde Irán para
divorciarse de su esposa, que va a casarse con otro hombre. Y mientras está
allí, aflora la historia de un intento de suicidio. Las causas, el hecho y las
consecuencias conforman el verdadero núcleo de la cuestión y las ramificaciones
se expanden afectando cada vez a más gente.
Ahmad se ve obligado a convertirse en
mediador de un conflicto irresoluble. La única opción es vivir con las
consecuencias.
Asghar Farhadi
siempre es sugerente, pegado a un realismo hiriente. Nadie sale indemne en sus
relatos. Personajes culpables, dañados por las elecciones. En el cine de Farhadi
la vida siempre flirtea con la catástrofe.
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