9/1/12

El Havre

Pues que es de Aki Kaurismäki, qué quieres que te diga.
Delirante, ridículo, tierno, caricaturesco... genial.
Lo que más me gusta de Kaurismäki es su forma de iluminar. Esa luz oblicua que atraviesa el plano, que no viene de ninguna parte ni va a ningún sitio, que crea unos ambientes como de estampas antiguas, como de cuento con promesas de casitas de chocolate.
Me gustan, también, esos diálogos estrambóticos. Sobre los versículos de san Lucas o sobre mejillones contra vieiras, sobre ser limpiabotas o pastor, sobre el vestido amarillo que ella llevaba en La Rochelle.
-No te mereces a Arletty.
-Nadie se la merece. ¿Por qué no iba a escogerme a mí?
Y está Kati Outinen, la actriz que más cosas puede expresar desde su insobornable indiferencia.
Todo entra bien. Con gracia fluida, con el desconcierto que provoca que te muestren el mundo con una mirada nueva. Pero... Sí, pero... Siempre hay en sus películas algún momento que a mí, personalmente, me aparta, un momento que es excesivo, que es demasiado.
En El Havre, ese momento fue el del concierto benéfico de Little Bob. Toda esa secuencia es tan desorbitada... La separación por una discusión sobre el manzano del jardín, la reconciliación, el propio Little Bob, el cartel (¡ese cartel! ¡Little Bob: el regreso! ¡El regreso!). Me tronché, me reí muchísimo. Pero me expulsó tanto de la película, es tan surrealista, que me costó volver a zambullirme en la normalidad.
Bueno. El conjunto está muy bien, la verdad.
-Los milagros existen.
-No en mi barrio.
Hasta que ocurre uno. Precisamente por eso se llaman milagros.

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