13/6/11

Misterios de Lisboa

Tenía muchísimas ganas de ver esta película, pero 255 minutos (4 horas y cuarto) exigen unas ciertas condiciones mentales y físicas, preparación y disposición adecuada, un algo de esfuerzo y, desde luego, valor.
Finalmente me puse a ello. Un culebrón decimonónico, un melodrama, un folletín a lo Dickens pero portugués, un novelón de Camilo Castelo Branco. Huérfanos, adulterios, mujeres fatales, duelos, viajes, coincidencias extrañas... desmayos.
Al principio el protagonista parece Joao, que es quien, ciertamente, cuenta la historia. Pero luego las ramificaciones crecen y crecen: su madre, su padre, el amante, el marido, el asesino, la criada, la querida... Todos con su descabellada y asombrosa historia pasando a convertirse en protagonistas.
Y, en medio de todo ello, el padre Dinis, un sacerdote con un pasado (54 años que nos remontan a la Revolución francesa y a Napoleón) tan turbulento y complejo, que le hace estar en el centro de todo, con más ases en la manga que un congreso de tahures. Un conocedor experimentado de la naturaleza humana aunque, incluso para él, quedan algunas sorpresas.
Raúl Ruiz no tiene muchos medios para reconstruir grandes escenarios o secuencias de masas. Pero se las apaña con una buena fotografía de interiores de época y un estilazo soberbio. Abusa de esos travellings, tan seguidos y persistentes, que pueden resultar fatigosos. Pero se le puede disculpar porque son suaves, tranquilos y de una asombrosa elegancia.
Eso define a la película: elegancia. Elegancia y saudade. Esa particular morriña portuguesa.
Muy bien utilizado el guiñol, el reflejo de la condición de los personajes, marionetas que son traídas y llevadas por el destino. Todo ello para desembocar, seguro, en que los humanos estamos llenos de... humanidad.
Y cuando acaba la película aún te preguntas: ¿qué pasa con la monja, la supuesta hermana del padre Dinis? ¿Cuál sería su alucinante historia?
Pero, desde que el ángel de la inocencia nos abandonó, siempre es bueno que algo quede en el misterio.

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