6/5/11

Doctor en Alaska

No la he visto entera. La mitad, supongo. Y ni siquiera por orden. De vez en cuando, porque sí, porque me encuentro en determinado estado anímico, un capítulo. A voleo. Uno que no haya visto. Para apreciar Doctor en Alaska es necesario una cierta condición, una sensibilidad especial que unos días uno tiene y otros no.
Creo que es muy difícil escribir los guiones de esta serie, la historia de un joven médico de New York, judío y racionalista, que va a parar a Alaska, un lugar donde todo puede suceder, donde hay que dejarse sorprender y donde la lógica no siempre funciona.
Es difícil escribirlos y, por eso, muchas veces no consiguen lo que quieren. A veces los capítulos son aburridos, o sin ritmo, o demasiado didácticos, o demasiado explícitos. Otras veces, como la veta amorosa es lo más fácil, recurre con demasiada frecuencia a los líos de pareja.
Pero cuando lo consigue, cuando alcanza el equilibrio, Doctor en Alaska logra capítulos insuperables: pura poesía destilada, sabiduría humana, manuales de antropología. Aparentes paletos que hablan de filosofía elevada, de cuántica, de Bergman y Fresas salvajes, del sentido atávico de la caza, de periodismo, de flautas, de infusiones de pelo de perro para la resaca, de lanzamientos de vacas con catapultas, rituales indios, gastronomía, hospitalidad, horticultura, democracia y elecciones... morir aplastado por un satélite. Hablan y... lo viven.
De algún modo me recuerdan a los personajes de Wim Wenders: completamente libres, conocedores de su extravagante destino y siguiéndolo.
-Buenos días, Cicely. Aquí, Chris por la mañana.

1 comentario:

edp dijo...

Yo la abandoné a mitad de la tercera temporada, porque me empezó a parecer muy irregular. El punto de partida y la mayoría de capítulos de las dos primeras me parecen geniales.