En La Granja, distrito ficticio de Los Ángeles, hay una importante mezcolanza de razas: negros, mexicanos, panameños, rusos, armenios... Cada uno tiene su especialidad delictiva pero es normal que entren en conflicto.
No es raro que la policía esté bastante ocupada con todo ese ganado de La Granja.
Hiperrealista, hiperviolenta, hipertestosterónica. Los polis tiene confidentes, amiguetes y, claro, algún que otro trapicheo. O algún que otro negocio a lo grande.
Vic Mackey (Michael Chiklis) es el amo de la barraca. Dirige el equipo de asalto, impone ley en las calles a su manera y su moralidad es tan dudosa como los Lacoste de mercadillo. Eso es lo mejor de la serie. Un poli evidentemente corrupto, muy corrupto, que resulta ser quien mantiene el orden dentro de ciertos límites. La serie logra ser lo que pretende: incómoda, ambigua, amoral.
Empieza muy bien. En la cuarta temporada tiene su clímax, con la presencia de Glenn Close como capitana de la comisaría.
Después se despeña. Demasiado repetitiva, las tramas acaban por agotar. La investigación de Asuntos Internos sobre Mackey se prolonga indefinidamente, casi sin avanzar. Y cuando ya han mencionado todo tipo de crímenes brutales hay que reciclarlos.
En fin que lo que empieza siendo lo que indica el título, la placa, acaba convitiéndose en un poco chapa. Bueno, no he acabado de verla. Quizá en la última temporada mejora, no lo sé.
Pero, como me decía edp, hay que verla a pequeñas dosis para que no te invada la náusea de sus momentos más fuertes. Y, sí, indudablemente. Cualquiera contrataría como pareja de guardaespaldas a Jack Bauer y Vic Mackey.