Para mí, el cine es sorpresa. No creo en el cine intelectual sesudo, ni en la serie B reciclada, ni en la comedia romántica plagiada, ni en las explosiones siempre rojas y amarillas. Creo en todo ello si me sorprende.
Los hermanos Lumière no tenían muchas luces comerciales. Pero de algún modo, intuitivamente, supieron lo que tenían entre manos.
Su invento servía, sobre todo, para sorprender. Los espectadores de los primeros años se sorprendían al ver a la gente saliendo de una fábrica, con ese tren se les echaba encima o con un pistolero disparando en dirección al público.
El cine sorprendió con espectáculos como el de Lo que el viento se llevó, con las comedias de los años 40 o los cambios de los 70.
Con la intelectualización del cine y su consideración de arte llegaron los dramas sesudos, el testimonio existencial. Se acabaron las sorpresas. Y como con cuatro duros todo el mundo puede contar su bio-historieta hay cada vez más cine turco, iraní, rumano... Y, en fin, rara vez me interesan sus historias humanas porque, aunque intenten conmoverme, no me sorprenden.
Hay un grupo que intenta sorprender a la vieja usanza. Están Michael Bay con sus Transformers y Roland Emmerich con sus sucesivos apocalipsis mundiales. Como ahora cualquiera hace efectos especiales intentan impactar pero no sorprenden. Les falta imaginación.
Estoy un poquito harto. En los últimos meses, sólo me han sorprendido Ponyo en el acantilado y Los mundos de Coraline. Dos pelis de dibujos animados. Y supongo que la siguiente que me sorprenderá será otra de dibujos animados: Up! en agosto.
No sé si se está perdiendo la imaginación por parte de los creadores o si es que ya no hay nada que nos sorprenda a los espectadores.
Hay una imagen típica de Hollywood que lo expresa bien. El tipo que llega a casa el día de su cumpleaños, abre la puerta, y todo conocido que ha tenido en su vida está allí dentro. A coro, exclaman:
-¡Sorpresa!
Pero como uno ya se lo espera, no hay sorpresa que valga. ¿Por qué van a sorprender los globitos y los papeles de regalo de colores? Ya los hemos visto cien veces.
En fin, que me gusta que una boda acabe en una carnicería, que una niña gorda quiera participar en un concurso de misses, que los hombres se conviertan en virus a través de una red neural o que un psicólogo, intentando curar a un niño, descubra que está muerto. Entonces, sí:
-¡Sorpresa!