17/1/09

Ladrillo monumental

Me gustaría tener la dirección de Will Smith para enviarle una carta y advertirle del terreno pantanoso en que se ha metido. El terreno se llama Gabriele Muccino, un director con el que el colega Will ya chapoteó peligrosamente en En busca de la felicidad.
A mí Will Smith siempre me ha caído bien y ya he dicho que me parece uno de los mejores actores vivos. Y no voy a tirarle piedras por lo que ha hecho en Siete almas. De hecho me parece que él y Rosario Dawson e incluso Woody Harrelson actúan de miedo. Han hecho demasiado para sostener esta película al borde de lo infumable.
Todo lo que ocurre en la película es inverosímil: la forma de funcionar el sistema sanitario, Hacienda, los funcionarios de Atención a la Familia... Imposible creérselo. Increíble también las reacciones a las que obligan a los personajes: un tipo que está tan deprimido que planea su suicidio pero asegurándose de que sus órganos van a ir a parar a buenas personas. Venga ya. ¿Cómo sabe que el niño al que dona la médula no va a ser un capullo el día de mañana? ¿Por qué si es tan altruista, llama por teléfono al ciego para decirle que él es el tío majo?
Pero lo peor de todo es su lentitud, su verborrea, sus 120 minutos de diálogos incapaces de decir algo interesante, ni una frase con genio.
Ahora bien, con todo, me parece que esta película es absolutamente necesaria: te hace entender por qué las donaciones de órganos vitales deben ser anónimas. Si no lo fuesen, correríamos el peligro de que se hiciesen oleadas y oleadas de películas cómo ésta, homenaje al sentimentalismo más simplón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues yo sigo sin poder evitar ver a Will Smith y tararear la música del príncipe de Bel Air.
pd. vaya tostón Australia.. maaadre mía

Individuo Kane dijo...

Eso de tararear la música de Bel Air no sólo te pasa a ti. Echa un vistazo a la videocrítica de esta semana en www.decine21.com y verás que no eres la única.
Australia. En fin. A mí me gustó bastante hasta la estampida de ganado (incluida). Todo parecía un chiste pero era divertido.
Luego sigue siendo un chiste pero pretenden que te lo tomes en serio.