24/12/08

Di que sí

No es que sea una película mala con avaricia pero, en esta ocasión, me hizo sentirme al límite de lo soportable.
Hace 20 años, quizá, podría haberle visto alguna gracia a las muecas de Jim Carrey. Que a sus 46 años siga haciendo las mismas monerías, contorsiones faciales, gestos histriónicos y, digámoslo claro, estupideces, demuestra que no sólo no sabe actuar sino que, además, ni siquiera sabe qué significa eso. El show Truman, una vez más, viene a confirmar que era una gran película a pesar de él y no gracias a él.
Esa secuencia en que se envuelve la cara con papel celo es tan estúpida, tan superflua, tan dirigida a buscar la risa forzada, que estuve a punto de abandonar. Sólo mi entrenamiento y mi disciplina personal, probada ya en muchas otras situaciones semejantes, permitió que pudiese seguir adelante hasta la conclusión de la película.
Bien es cierto que en cuanto llegó el fin, no había quien pudiera obligarme a contemplar un solo segundo de los títulos de crédito. Y no lo hice.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo me dejé llevar por el espíritu navideño (¿quién dijo que ya no existe?). Fue algo así: "siempre vemos la que quiero yo... veamos la que tú quieres". Lo se, no debí hacerlo.
20 minutos después estaba en una sala con 15 personas más, todas muriéndose de risa cada vez que Carrey hacía de si mismo despegando la piel de su cara y haciendo que se cortonsione alrededor del hueso facial.
Intenté ver el lado optimista, el pensamiento positivo y todo eso... es inútil: cuando una comedia no logra arrancarte ni una sonrisilla, está todo perdido.
Eso si, la siguiente...

Individuo Kane dijo...

Quizá tenga que poner algo de mi parte en otras ocasiosnes: el espíritu navideño o la lotería del niño o ¡ya es primavera en El Corte Inglés!
Lo tendré en cuenta para futuras ocasiones. Pero conste que Carrey se me empieza a atragantar y no sé yo si me servirá la siguiente.