16/7/08

Si me olvido de ti, Jerusalén,

que se me paralice la mano derecha;
que se me pegue la lengua al paladar,
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.
Eso dice el Salmo 135. Con palabras como éstas (y con otras similares) no me extraña que haya gente dispuesta a hacer cualquier cosa por Jerusalén. Como se suele decir: no lo comparto, pero lo entiendo.
Cuando leí en su momento Oh, Jerusalén me pareció que Dominique Lapierre y Larry Collins habían escrito uno de los reportajes periodísticos más importantes del siglo XX. Por eso, la película dice más bien poco. Supongo que sirve a cualquiera que desconozca cómo empezó toda esa sucesión de sangre.
Esta película se me olvidará pronto. Pero a Jerusalén le queda cuerda para rato.
Claramente hay una descompensación.

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