Pensé que Charlton Heston era uno de esos que nunca se iba a morir. Que el Juicio Final le sorprendería aún aquí. Como a Katharine Hepburn. Los has visto en el cine, de niño, en películas superantiguas; has crecido y los has seguido viendo. Ya eran gente hecha y derecha y madura cuando aún gateabas. Y siguieron viviendo y estando en la pantalla. Mamaron el cine y le dieron forma. Crearon géneros, los desarrollaron e, incluso, los vieron morir.
¿Acaso alguien puede concebir el cine de romanos sin Charlton Heston?
Por favor, no me hables de Gladiator. Gladiator es el cine de romanos palomitero que se fabricó para recaudar dinero con las nuevas generaciones. No está mal del todo, vale. Pero cualquiera que haya visto la carrera de cuádrigas pergeñada por William Wyler, el enfrentamiento entre Judah Ben-Hur y Messala, tendrá que admitir que el peplum se murió ayer, definitivamente, a la misma hora en que lo hizo Charlton Heston.
Hizo cosas cosas tan memorables como Un hombre para la eternidad, encarnó el mejor Richelieu que haya habido nunca para Los Tres Mosqueteros, el mejor Marco Antonio que haya tenido nunca una Cleopatra, fue el último hombre en El planeta de los simios, estuvo 55 días en Pekín, y fue El Cid y el detective Vargas en Sed de mal. Y Ben-Hur, por supuesto. Y un centenar de películas que no menciono: desde Aeropuerto 75, la inauguración del cine de catástrofes, a capítulos de televisión de Dinastía o La isla del tesoro.
Ahí tienes un buen currículum. Obras maestras, obras grandes, buenas obras, obras para pasar el rato, obras entretenidas, obras para disfrutar. Parecido al de, no sé, ¿Michael Moore, por ejemplo? Pues claro que hay clases, hombre. Clases y estilo y distinción. Y, si algún día se recuerda a Michael Moore por algo, será porque creció tanto como se lo permitió la sombra de Charlton Heston.
No sé cuándo encontraré hueco para ver de nuevo las 4 horas de judíos, legionarios, naufragios, rebeliones, Calvarios, circos romanos y traiciones. Pero en cuanto pueda estaré otra vez ahí, mascando la arena más realista que alguna vez vi mientras me castañetean los dientes en el trepidar de la cuádriga.