4/7/06

Bourne: un caso.

Como a la mayoría de quinceañeros varones me gustaban los clancycos: Clancy, Forshyte, Ludlum y todas esas novelas de espías. Ahora leo unas páginas de uno de esos libros y se me caen de las manos a la vez que siento vergüenza. La trilogía de Robert Ludlum sobre Bourne es tan infumable como todo lo demás. Pero… Tiene algo. El personaje acaba por hacerse familiar. Él sólo contra el mundo. Sus dotes de observación, su capacidad de deducción, la inmediatez de sus resoluciones, su descomunal sentido práctico te encandilan. Conocemos a través de los sentidos. Y Bourne, en las novelas, lo aprovechaba al máximo en su trabajo como espía: veía unas manos, deducía que no correspondían con el traje que el tipo llevaba, concluía que era un enemigo y de inmediato llamaba a ambulancias y bomberos para que se produjera un caos que le facilitara la huida del hotel. Siempre estaba huyendo, siempre encontraba un modo de hacerlo. Creo que las películas no han sabido capturar del todo el espíritu de las novelas. Bueno, quizá sea mejor porque su calidad literaria era pésima. Pero la ventaja es que el Bourne cinematográfico resulta mucho más accesible que James Bond o Ethan Hunt. Más humano. Y en ello, Matt Damon (normalmente sosillo) y Franka Potente jugaban un papel determinante aunque a Franka, en la segunda parte, nos la quitaron de en medio en un plis-plas. Y la foto no es lo que parece.

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